En el núcleo de las nuevas iniciativas contra el asalto sexual en Egipto hay un impulso por crear un espacio seguro para las mujeres en pos de asegurar su participación en la sociedad y la política.
«No vayas hacia adelante. Hay enfrentamientos».
Yo y otras mujeres periodistas oímos muy seguido esa advertencia mientras estamos tratando de llegar a la primera línea de los enfrentamientos en Egipto entre manifestantes antigubernamentales y la policía. Todo hombre considera que es su deber advertirnos sobre los peligros – nos advierten a nosotras mujeres, no a cualquiera de las decenas de hombres que van en la misma dirección.
Una colega describe lo anterior como el encuentro más irritante en el marco de su trabajo de reportera. Una advertencia bien intencionada puede parecer leve e insignificante, en el más amplio contexto de creciente violencia – la posibilidad real de ser golpeada o que te disparen, y el aumento alarmante de las agresiones sexuales en la muchedumbre, donde decenas de hombres rodean a las mujeres y las desvisten, manosean y violan con sus dedos.
Sin embargo, es ese contexto mismo que lo hace tan exasperante.
Que ese chauvinismo de protección y la absurda racionalización político-social que conduce a agresiones sexuales (el hecho que mujeres que se unan a las protestas o que simplemente se aventuren en las calles hace que merezcan ser asaltadas, o que su código de vestimenta invite al acoso) estén sucediendo en el mismo lugar, es literalmente inquietante. Su yuxtaposición ilustra la mentalidad que confrontan muchas mujeres todos los días, especialmente como periodistas: una mujer es vista como un ser débil, alguien que se encuentra al mismo tiempo en la necesidad de ser protegida y una presa para atacar.
Es una noción irritante. Frustrante. Da rabia tener que lidiar con esto regularmente.
La mejor manera de enfrentarlo es confrontarlo de frente.
En una reunión de la organización de voluntarios para luchar contra las agresiones sexuales en las manifestaciones, una mujer explicó que las mujeres también pueden unirse a los equipos que interferien físicamente para sacar a las mujeres de las manos agresoras. «¿En calidad de qué van a interferir las mujeres?» -preguntó un hombre. «Como seres humanos», respondió la mujer con la mayor naturalidad.
Para este grupo, Operación contra el Acoso Sexual (Operation Anti-Sexual Harassment, OpAntiSH), la participación de las mujeres es vital, no sólo para proporcionar un rostro tranquilizador en una muchedumbre frenética de hombres donde los atacantes se presentan como salvadores, sino también para luchar contra una cultura que retrata a las mujeres como víctimas. Una de las fundadoras del grupo que fue sometida a un ataque en una manifestación, me dijo que ella se niega a etiquetarse a sí misma como una víctima.
Este rechazo de la victimización es una noción por la cual ella y otros están dispuestos a poner en peligro su seguridad. Al menos dos de las mujeres en los equipos de intervención han quedado atrapadas en los ataques durante un rescate.
El asalto sexual y la violación son algunas de las peores formas de tortura e intimidación. Las mujeres que fueron agredidas por turbas dicen que prefieren enfrentar disparos que los ataques sexuales. Yo siento lo mismo. Cada vez que me acerco a la primera línea de los enfrentamientos en la noche, sé que podría enfrentarme a golpes, a que me disparen. Es la posibilidad de ser víctima de acoso sexual o asaltado que me hace dudar.
En Egipto, luchar contra el acoso sexual y las agresiones de la muchedumbre no es solo preocupación por la lucha física y las misiones de rescate. Hay otras dimensiones menos tangibles pero muy influyentes.
En el centro de OpAntiSH y otras iniciativas similares hay un impulso para crear un espacio seguro para las mujeres y asegurar su continua participación en la sociedad y la política: para tener derecho a protestar, a expresarse libremente. Esta participación es una bofetada en la cara a todas las tendencias sociales, viejas y nuevas, que tienen como objetivo hacer retroceder la inclusión de las mujeres en la sociedad. Es un mensaje de desafío contra el Estado, que está utilizando el asalto sexual y la violación como arma de represión en contra de sus críticos, tanto hombres como mujeres.
Por ejemplo, el director de la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, Hossam Bahgat, dijo que en sus años como defensor de los derechos no había visto tantos informes de asalto sexual de hombres detenidos como durante la presidencia de Mohamed Morsi en estos últimos meses.
Aunque iniciativas como OpAntiSH se abstienen de acusar a ningún grupo político de incitar a estos ataques, los patrones de ataque y el salto de este fenómeno desde las reuniones sociales hasta las manifestaciones de oposición indican un grado de organización.
La inclusión de las mujeres en estas iniciativas lleva esta batalla ideológica al siguiente nivel. La participación de las mujeres desafía no sólo a la autoridad represiva, sino también a algunos colegas masculinos. El enfoque de OpAntiSH desafía específicamente las nociones patriarcales que se filtran a través de nuestra cultura hasta el punto de que se reflejen incluso en las acciones de aquellos que las combaten: hombres a quienes les resulta absurdo que las mujeres también puedan ser rescatistas.
Alentar a las «víctimas» a hablar sobre su terrible experiencia es otro triunfo sobre esta forma de pensar. Las mujeres asumen estigmas y la difamación social y política con una valentía asombrosa.
Estoy segura que los hombres que tratan de advertirme tienen las mejores intenciones en mente. Me siento obligada a responder: «No pasa nada, soy una periodista. Estoy acostumbrada a esto. Quizás quiera ir a protegerse usted mismo.»
Sarah El Sirgany es periodista independiente con sede en El Cairo. Contribuye con CNN y Al-Akhbar en inglés, entre otros medios de comunicación regionales e internacionales. Es co-autora de “El Diario de la Revolución” (I Diari Della Rivoluzione, Italia) y Mozakarat El Tahrir (Egipto). Puedes seguirla en Twitter en @Ssirgany o por correo electrónico a ssirgany (@) gmail (.) com.