Actualmente es posible encontrar reporteras de guerra haciendo trabajos que son tan peligrosos como los de sus colegas masculinos: en las líneas de batalla en Afganistán, operando oficinas en, traduciendo en partas asoladas de África. Pero hay un área que las pone aparte: están ocultando el ataque y el acoso sexual para seguir obteniendo tareas, […]
Actualmente es posible encontrar reporteras de guerra haciendo trabajos que son tan peligrosos como los de sus colegas masculinos: en las líneas de batalla en Afganistán, operando oficinas en, traduciendo en partas asoladas de África. Pero hay un área que las pone aparte: están ocultando el ataque y el acoso sexual para seguir obteniendo tareas, informa Judith Matloff, quien enseña en la Escuela de Periodismo de Columbia.
Según Matloff, que también es ex corresponsal para Reuters, las reporteras son «blancos en lugares sin ley en los cuales las armas son comunes y los castigos raros». Pero el temor de que se les retire una tarea o de ser tratadas de manera diferente es tan grande que con frecuencia las mujeres no informan a sus jefes.
Una fotógrafa en India que fue atacada por un grupo que le desgarró la ropa antes de que un espectador interviniera no le dijo a sus editores lo que había ocurrido. «Salí igual que los hombres. No quiero que se me considere más débil en ningún aspecto», dijo a Matloff.
Las periodistas locales se enfrentan al riesgo adicional de ataques con motivación política. Los rebeldes violaron a una mujer con la que Matloff trabajó en Angola por sus supuestas simpatías hacia el partido gobernante.
Debido al sigilo que rodea los ataques sexuales, es difícil juzgar su frecuencia – y la conciencia pública es grave. Matloff se enteró de una docena de ataques, principalmente en zonas de combate. Entre los perpetradores hubo empleados de hotel, personal de apoyo, colegas e incluso policías y guardias de seguridad. Una encuesta realizada hace dos años por el Instituto Internacional de Seguridad en las Noticias encontró que de las 29 encuestadas que participaron, más de la mitad informaron de ataques sexuales en su trabajo. Dos dijeron que habían sufrido abuso sexual.
La falta de un debate público ayuda a explicar por qué no hay capítulos que traten el acoso y ataque sexual en los principales manuales sobre seguridad de periodistas del Committee to Protect Journalists (Comité para la Protección de los Periodistas, CPJ y la Federación Internacional de Periodistas, dice Matlock. Para las mujeres que busquen sugerencias de seguridad, Matlock recomienda capacitación sobre ambientes hostiles. «Nadie cuenta a las mujeres que el desodorante puede actuar como una maza cuando se rocía en los ojos, por ejemplo, o que es posible obtener alarmas para puertas o que, en algunas culturas, se puede ahuyentar a los violadores si se afirma que se está menstruando», aconseja.
Lea la crónica de Matloff en la edición mayo/junio de la «Columbia Journalism Review»: http://tinyurl.com/2dyvd2
(18 de septiembre de 2007)